Anoche EL me pidió que le leyera ‘Rojo y Azul’ de Mireya Tabúas antes de dormir. Era una noche larga, después de un fin de semana de desvelos y corazones rotos. Claro que en principio ella no sabía de qué iba el despecho, ni tampoco lo sabía VM que es más grande y atenta al mundo de la política. Las hemos guarecido de tanta noticia incompresible y comportamiento indeseable. Después de todo ¿cómo se explica el absurdo? Trato de guarecer a mis niñas — parte de esa diáspora venezolana que crece y el Estado venezolano desprecia — como familiares y allegados que permanecen en el país protegen a sus críos de la desvergüenza en que se ha convertido la élite política venezolana.
EL fue muy apropiada en su elección de lectura, porque como siempre, l@s niñ@s saben más de lo que estamos dispuestos a reconocer. ‘Rojo y Azul’ es un cuento narrado por un niño cuya madre favorece sólo al color azul y cuyo padre favorece únicamente al rojo. El niño relata el comportamiento absurdo de adultos que interrumpen relaciones cotidianas por un tema de favoritismos. Al propio niño lo ponen entre la espada y la pared para que elija un color, y en un acto de creatividad y libertad, luego de reconocer lo que le gusta de las preferencias de sus padres, se declara amante del morado. Tabúas le apuesta a la diversidad y al pensamiento propio. Cuando encontré este libro dos años atrás sentí que había encontrado un tesoro.
Dos años más tarde se lo vuelvo a leer a EL, con profundas dudas. Después de todo en este momento hay un color que insiste en teñir todo, a toda costa. Me digo que ya no es igual, que hay un color que usurpa al resto. Me cuestiono mi Fe en el diálogo y la diversidad. Y uso la palabra Fe porque esa apuesta ya es cuestión de principios medulares, más nada: el gobierno que se dice dueño de la Constitución Nacional (que es en sí una apuesta plural) da al traste con cada apuesta cívica de conversación y diálogo. Y sin embargo el rojo, transfigurado por la miseria del poder, ha perdido toda legitimidad. La élite chavista y sus defensores útiles han perdido color alguno.
No puede haber otra salida deseable de este espiral de decadencia que no sea un diálogo meticuloso, constante, dedicado, e innegociable. Es tan poderosa la posibilidad de conversación cívica que el gobierno de Nicolás Maduro hace todo por clausurar esa ventana imposibilitando el camino al Referendo Revocatorio. Y no es nuevo, tenemos años con ventanas que se van clausurando, ya no entra casi luz a la casa.
Es cada vez más difícil comunicarse con seres queridos en Venezuela. El acceso a internet es cada vez más inestable, las líneas telefónicas cada día más débiles. Dos ventanas clausuradas.
El tiempo se hace un bien escaso, se le va a la gente buscando lo básico. Medicamentos escasos, tratamientos paralizados. Gente perdiendo peso rápidamente. Niños, niñas, familias hurgando la basura para conseguir qué comer. Una pesadilla. Más ventanas clausuradas.
Y sin embargo la cotidianidad sigue. La gente resuelve, o intenta resolver. La gente habla, se mueve, cuando menos pregunta. La gente sigue viviendo. De pregunta en pregunta, de solidaridades en solidaridades, se tiene que ir haciendo mella en cada espacio clausurado para que vaya entrando la luz en la casa que el gobierno ha querido hacer sólo suya, pero que es de todos. El gobierno actúa impulsado por su profunda desesperación por permanecer en el poder. Lo más trágico de su actitud es que juega al poder como privilegio irrenunciable, cada vez más vacío de legitimidad alguna. La élite chavista se dedicó al juego del poder por el poder. Se olvidó del poder orgánico al que se debió alguna vez. Y si no se le olvidó, ya no le importa.
Ante la desidia cotidiana y la gran descomposición en que devino la élite chavista, mi apuesta sigue siendo el reconocimiento del otro. Ante la ruptura de los tejidos sociales, mermados por la polarización y la necesidad de sobrevivencia; ante la ceguera de aquellos quienes permanecen inmunes ante la miseria propia y ajena, la apuesta, quizás ahora más que nunca, debe se precisamente la reconstrucción terca de los tejidos y la resistencia cotidiana, mundana, de querer seguir vivos y plenos, y de que no nos deje de importar nunca el destino del otro.
A pesar de esta profunda desesperanza manufacturada casi a pulso; a pesar de que en circunstancias tan grises como las que impone la arbitrariedad gubernamental la esperanza cívica parece ingenua; sigo creyendo en la apuesta de ‘Rojo y Azul’ como un compás existencial para las niñas y los niños de Venezuela. Porque el horizonte para ellas y ellos debe ser amplio y no esta aridez que el poder insiste en imponer.